La técnica de entintado con pincel, de origen chino, marca
el primer eslabón en la trayectoria estética que desembocó en el manga. En este
contexto, entre los antecedentes más notables del cómic nipón fue el Chōjugiga,
unos rollos de ilustraciones satíricas protagonizadas por animales, dibujados
por Toba en el siglo XII. A fines del siglo XVIII y principios del XIX, se
propagaron los toba–e, libros ilustrados a la forma de Toba. En mil ochocientos
catorce, Katsushika Hokusai ilustró una serie de caricaturizas de carácter
ridículo, los llamados Hokusai manga, precedente del moderno cómic japonés. Al
estilo definido por Hokusai vino a sumarse el grafismo occidental: en mil
ochocientos sesenta y dos, la lengua inglesa Converses Wirgman lanzó en
Yokohama la gaceta satírica The Japan Punch, una versión de la publicación
británica Punch (mil ochocientos cuarenta y uno).
En contraste al Punch nipón, la gaceta Tokio Puck, fundada
por Rakuten Kitazawa en mil novecientos cinco, fue la primera cabecera japonesa
con caricaturistas locales. Entre las primordiales influencias de aquella
primera generación de historietistas resalta la lengua francesa George Bigot
(1860–1927), un ilustrador que continuó dieciocho años en el archipiélago
editando el diario satírico Toba–e. Desde esas referencias, las editoriales
niponas empezaron a publicar gacetas infantiles, como Shonen Club (mil
novecientos catorce), de la compañía Kōdansha. Tan solo una década después ya
se advertía un apogeo de la historieta, plasmado en numerosas publicaciones y
en un creciente proceso de comercialización.
En mil novecientos veintitres, exactamente el mismo año en
que el diario Asahi Shinbun publicaba la historieta de Norteamérica Bringing up
father, de George McManus, asimismo llegaba hasta los lectores el cómic Shichan
no boken (mil novecientos veintitres), de Katsuichi Kabashima, a través del que
se popularizó su protagonista: un pequeño que visitaba un cosmos mágico
acompañado por una ardilla.
Ippei Okamoto, titulado por la Escuela de Hermosas Artes de
Tokyo, fue caricaturista del Asahi Shinbun desde mil novecientos doce, data en
que publicó su primera historieta, Kuma o bien Tazunete. Considerado un autor
vital en el desarrollo del manga, Okamoto fue responsable de series como Tanpō
Gashu (mil novecientos trece), Kanraku (mil novecientos catorce), Monomiyusan
(mil novecientos dieciseis) y Nakimushi dera noyawa (mil novecientos
veintiuno). A él se debió la distribución en el archipiélago de esenciales
cómics norteamericanos, como Mutt and Jeff (mil novecientos siete), de Bud
Fisher. Señalado en exactamente la misma generación de historietistas, Rakuten
Kitazawa fue el encargado de popularizar el término manga, aplicado a la
ilustración, el cómic y, más tarde, al dibujo animado. Entre las creaciones más
esenciales de Kitazawa resaltan Mokubê no Tokyo (mil novecientos uno) y Chame
to dekobo (mil novecientos cinco).
En consonancia con la ideología política del periodo de
entreguerras, el dibujante Suiho Tagawa inventó en mil novecientos treinta y
uno el cómic propagandista Norakuro, centrado en las aventuras de un can que se
alista en el ejército imperial. Un año después se formó la Nihon Mangaka
Kyokai, una asociación profesional de autores de historietas que fue definitiva
en la mejora del nivel artístico del medio. Entre los tebeos más difundidos de
esa etapa, resalta Boken Dankichi (mil novecientos treinta y tres), de Keizo
Shimada, protagonizado por un chico nipón que vive sus aventuras en los Mares
del Sur, un territorio atestado de indígenas hostiles y piratas. Más
beligerante, el cómic Hakanosuke Hinomaru (mil novecientos treinta y cinco), de
Kikuo Nakajima, exaltaba las esencias militaristas mediante un joven espadachín
samurái. En mil novecientos treinta y seis aparecía en las páginas del diario
Asahi Shinbun la serie Fukuchan, de Ryuichi Yokoyama. Las entretenidas
peripecias de Fukuchan, un pequeño travieso que vive en un distrito humilde,
sostuvieron la atención de los lectores hasta mil novecientos setenta y uno.
Los primeros relatos ilustrados, los emonogatari, derivan de
la popularidad que alcanzan, en la inmediata postguerra, los espectáculos de
Kamishibai. Como apunta Hisao Kato los más recordados en el segundo quinquenio
de los años cuarenta son Murceguillo de oro y Rey Pequeño (mil novecientos
cuarenta y siete), transformados inmediatamente en historieta por Takeo
Nagamatsu y Soji Yamakawa, respectivamente.
La era de los maestros
En mil novecientos cuarenta y nueve, cuando la posguerra
dejaba al descubierto las horribles dificultades de la población nipona,
salieron en venta cómics tan optimistas como Anmitsu Hime, de Shōsuke Kuragane,
protagonizada por una pequeña resuelta y amena. El nuevo contexto político
establecido por las fuerzas de ocupación estadounidenses quedó de manifiesto en
tebeos como Billy Paquete (mil novecientos cincuenta y cuatro), de Mitsuhiro
Kawashima, cuyo protagonista era un detective, hijo de un maestro de
Norteamérica y una mujer nipona, acusados de espionaje por las fuerzas
imperiales y fusilados a lo largo de la guerra.
El periodo de posguerra definió con claridad un instante de
apogeo del cómic japonés. En mil novecientos cuarenta y seis aparecía uno de
sus títulos más propios, Sazaesan, de Machiko Hasegawa, una tira cómica
protagonizada por un ama de su casa de enorme simpatía. El éxito de Sazaesan se
alargaría más tarde en la TV, un medio que probó la convergencia estratégica
entre las industrias del cómic y el dibujo animado. Ese año, mil novecientos
cuarenta y seis, los pequeños nipones tuvieron acceso a entre las primeras
historietas de Osamu Tezuka, Shin Takarajima.
Inspirada en la novela La isla del tesoro, de Robert Louis
Stevenson, Shin Takarajima se publicó poco una vez que apareciese en las
páginas de la gaceta Mainichi Shōgakusei Shinbum otra obra de Tezuka, Machan no
Nikkichō. En los dos casos era evidente la primordial repercusión del dibujante:
las películas de dibujos animados de Walt Disney. Revolucionando la técnica
narrativa del tebeo nipón, Tezuka se acercó al dinamismo del cine y favoreció
una serie de convenciones que entonces caracterizaron al manga. En cuanto al
resto, su producción intensiva anegó de títulos el mercado. Con incuestionable
intuición para el marketing, Tezuka fue el primer dibujante nipón que se
planteó un negocio equivalente al de Disney, integrado por cómics, series de
animación, films y productos derivados.
En mil novecientos cincuenta Tezuka creó Jungle Taitei,
protagonizada por un cachorro de león blanco, y un año después diseñó el cómic
de ciencia ficción Atomu Taishi, conocido entonces como Tetsuwam Atom y en el
mercado internacional como Astro Boy. Resuelto a explorar todos y cada uno de
los géneros, Tezuka cultivó la aventura de espadachines en Gotō Matabei (mil
novecientos cincuenta y cuatro) y la historieta romántica para pequeñas
(llamada shojo manga) en Ribon no Kishi (mil novecientos cincuenta y tres). Poco
a poco, fue diversificando todavía más su producción para acercarse asimismo al
público adulto. Entre sus obras más notables, resaltan Miniyon (mil novecientos
cincuenta y siete), Wonder Three (mil novecientos sesenta y cinco), Dororo (mil
novecientos sesenta y siete), Hinotori (mil novecientos sesenta y siete) y
Black Jack (mil novecientos setenta y tres). Cuando en mil novecientos ochenta
y cuatro la editorial Kōdansha publicó sus obras completas, la compilación
englobaba un total de trescientos libros.
Increíble es la mejor palabra que se me ocurre para acotar la enorme labor que
se ha propuesto la editorial de arte Taschen en el momento de crear una
historia de los cómics de la editorial americana DC. Se trata de nada menos que
5 tomos, 2 de los que ya están en venta, que trazan el recorrido de la casa
madre de ciertos más conocidos y también icónicos superhéroes de la cultura
popular del siglo XX: The Golden Age (mil novecientos treinta y seis-mil
novecientos cincuenta y seis), The Silver Age (mil novecientos cincuenta y
seis-mil novecientos setenta), The Bronze Age (mil novecientos setenta-mil
novecientos ochenta y cuatro), The Dark Age (mil novecientos ochenta y
cuatro-mil novecientos noventa y ocho) y The Modern Age (mil novecientos
noventa y ocho-dos mil trece). El día de hoy os vamos a hablar del primero de
esos volúmenes: el de la Edad de Oro de los superhéroes.
'The Golden Age' arranca justo cuando lo hace la S. Guerra
Mundial, en un instante durísimo para la sociedad de Norteamérica. El crack del
veintinueve quedaba cerca y la situación en Europa era muy tensa. Las
desigualdades sociales y las injusticias requerían de una respuesta, ni que
fuera desde el plano de la ficción. Es el instante del nacimiento del que tal
vez sea el más representativo de todos y cada uno de los superhéroes creados,
Superman. El héroe creado por Siegel y Shuster respondía a los resortes
principales de la mitología, mas asimismo era una respuesta social a todos esos
inconvenientes que acuciaban a la sociedad estadounidense.
Superman fue el primero, mas no el único, y de ahí la
pléyade de superhéroes se extendió hasta el infinito y más allá: Batman, Wonder
Woman, Linterna Verde, y tantos otros. Mas ya antes de ello, el libro hace un
pormenorizado recorrido por las primeras cabeceras de la editorial (Detective
Comics, Action Comics, Fun Comics, Star Comics, Adventure Comics...),
contenedores de historietas sueltas agrupadas por géneros. Sería en estas
páginas donde nacerían los superhéroes cuya popularidad les daría más adelante
su publicación.
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