jueves, 22 de octubre de 2015

Antecedentes del manga



La técnica de entintado con pincel, de origen chino, marca el primer eslabón en la trayectoria estética que desembocó en el manga. En este contexto, entre los antecedentes más notables del cómic nipón fue el Chōjugiga, unos rollos de ilustraciones satíricas protagonizadas por animales, dibujados por Toba en el siglo XII. A fines del siglo XVIII y principios del XIX, se propagaron los toba–e, libros ilustrados a la forma de Toba. En mil ochocientos catorce, Katsushika Hokusai ilustró una serie de caricaturizas de carácter ridículo, los llamados Hokusai manga, precedente del moderno cómic japonés. Al estilo definido por Hokusai vino a sumarse el grafismo occidental: en mil ochocientos sesenta y dos, la lengua inglesa Converses Wirgman lanzó en Yokohama la gaceta satírica The Japan Punch, una versión de la publicación británica Punch (mil ochocientos cuarenta y uno).


En contraste al Punch nipón, la gaceta Tokio Puck, fundada por Rakuten Kitazawa en mil novecientos cinco, fue la primera cabecera japonesa con caricaturistas locales. Entre las primordiales influencias de aquella primera generación de historietistas resalta la lengua francesa George Bigot (1860–1927), un ilustrador que continuó dieciocho años en el archipiélago editando el diario satírico Toba–e. Desde esas referencias, las editoriales niponas empezaron a publicar gacetas infantiles, como Shonen Club (mil novecientos catorce), de la compañía Kōdansha. Tan solo una década después ya se advertía un apogeo de la historieta, plasmado en numerosas publicaciones y en un creciente proceso de comercialización.

En mil novecientos veintitres, exactamente el mismo año en que el diario Asahi Shinbun publicaba la historieta de Norteamérica Bringing up father, de George McManus, asimismo llegaba hasta los lectores el cómic Shichan no boken (mil novecientos veintitres), de Katsuichi Kabashima, a través del que se popularizó su protagonista: un pequeño que visitaba un cosmos mágico acompañado por una ardilla.

Ippei Okamoto, titulado por la Escuela de Hermosas Artes de Tokyo, fue caricaturista del Asahi Shinbun desde mil novecientos doce, data en que publicó su primera historieta, Kuma o bien Tazunete. Considerado un autor vital en el desarrollo del manga, Okamoto fue responsable de series como Tanpō Gashu (mil novecientos trece), Kanraku (mil novecientos catorce), Monomiyusan (mil novecientos dieciseis) y Nakimushi dera noyawa (mil novecientos veintiuno). A él se debió la distribución en el archipiélago de esenciales cómics norteamericanos, como Mutt and Jeff (mil novecientos siete), de Bud Fisher. Señalado en exactamente la misma generación de historietistas, Rakuten Kitazawa fue el encargado de popularizar el término manga, aplicado a la ilustración, el cómic y, más tarde, al dibujo animado. Entre las creaciones más esenciales de Kitazawa resaltan Mokubê no Tokyo (mil novecientos uno) y Chame to dekobo (mil novecientos cinco).

En consonancia con la ideología política del periodo de entreguerras, el dibujante Suiho Tagawa inventó en mil novecientos treinta y uno el cómic propagandista Norakuro, centrado en las aventuras de un can que se alista en el ejército imperial. Un año después se formó la Nihon Mangaka Kyokai, una asociación profesional de autores de historietas que fue definitiva en la mejora del nivel artístico del medio. Entre los tebeos más difundidos de esa etapa, resalta Boken Dankichi (mil novecientos treinta y tres), de Keizo Shimada, protagonizado por un chico nipón que vive sus aventuras en los Mares del Sur, un territorio atestado de indígenas hostiles y piratas. Más beligerante, el cómic Hakanosuke Hinomaru (mil novecientos treinta y cinco), de Kikuo Nakajima, exaltaba las esencias militaristas mediante un joven espadachín samurái. En mil novecientos treinta y seis aparecía en las páginas del diario Asahi Shinbun la serie Fukuchan, de Ryuichi Yokoyama. Las entretenidas peripecias de Fukuchan, un pequeño travieso que vive en un distrito humilde, sostuvieron la atención de los lectores hasta mil novecientos setenta y uno.

Los primeros relatos ilustrados, los emonogatari, derivan de la popularidad que alcanzan, en la inmediata postguerra, los espectáculos de Kamishibai. Como apunta Hisao Kato los más recordados en el segundo quinquenio de los años cuarenta son Murceguillo de oro y Rey Pequeño (mil novecientos cuarenta y siete), transformados inmediatamente en historieta por Takeo Nagamatsu y Soji Yamakawa, respectivamente.

La era de los maestros

En mil novecientos cuarenta y nueve, cuando la posguerra dejaba al descubierto las horribles dificultades de la población nipona, salieron en venta cómics tan optimistas como Anmitsu Hime, de Shōsuke Kuragane, protagonizada por una pequeña resuelta y amena. El nuevo contexto político establecido por las fuerzas de ocupación estadounidenses quedó de manifiesto en tebeos como Billy Paquete (mil novecientos cincuenta y cuatro), de Mitsuhiro Kawashima, cuyo protagonista era un detective, hijo de un maestro de Norteamérica y una mujer nipona, acusados de espionaje por las fuerzas imperiales y fusilados a lo largo de la guerra.

El periodo de posguerra definió con claridad un instante de apogeo del cómic japonés. En mil novecientos cuarenta y seis aparecía uno de sus títulos más propios, Sazaesan, de Machiko Hasegawa, una tira cómica protagonizada por un ama de su casa de enorme simpatía. El éxito de Sazaesan se alargaría más tarde en la TV, un medio que probó la convergencia estratégica entre las industrias del cómic y el dibujo animado. Ese año, mil novecientos cuarenta y seis, los pequeños nipones tuvieron acceso a entre las primeras historietas de Osamu Tezuka, Shin Takarajima.

Inspirada en la novela La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, Shin Takarajima se publicó poco una vez que apareciese en las páginas de la gaceta Mainichi Shōgakusei Shinbum otra obra de Tezuka, Machan no Nikkichō. En los dos casos era evidente la primordial repercusión del dibujante: las películas de dibujos animados de Walt Disney. Revolucionando la técnica narrativa del tebeo nipón, Tezuka se acercó al dinamismo del cine y favoreció una serie de convenciones que entonces caracterizaron al manga. En cuanto al resto, su producción intensiva anegó de títulos el mercado. Con incuestionable intuición para el marketing, Tezuka fue el primer dibujante nipón que se planteó un negocio equivalente al de Disney, integrado por cómics, series de animación, films y productos derivados.

En mil novecientos cincuenta Tezuka creó Jungle Taitei, protagonizada por un cachorro de león blanco, y un año después diseñó el cómic de ciencia ficción Atomu Taishi, conocido entonces como Tetsuwam Atom y en el mercado internacional como Astro Boy. Resuelto a explorar todos y cada uno de los géneros, Tezuka cultivó la aventura de espadachines en Gotō Matabei (mil novecientos cincuenta y cuatro) y la historieta romántica para pequeñas (llamada shojo manga) en Ribon no Kishi (mil novecientos cincuenta y tres). Poco a poco, fue diversificando todavía más su producción para acercarse asimismo al público adulto. Entre sus obras más notables, resaltan Miniyon (mil novecientos cincuenta y siete), Wonder Three (mil novecientos sesenta y cinco), Dororo (mil novecientos sesenta y siete), Hinotori (mil novecientos sesenta y siete) y Black Jack (mil novecientos setenta y tres). Cuando en mil novecientos ochenta y cuatro la editorial Kōdansha publicó sus obras completas, la compilación englobaba un total de trescientos libros.
Increíble es la mejor palabra que se me ocurre para acotar la enorme labor que se ha propuesto la editorial de arte Taschen en el momento de crear una historia de los cómics de la editorial americana DC. Se trata de nada menos que 5 tomos, 2 de los que ya están en venta, que trazan el recorrido de la casa madre de ciertos más conocidos y también icónicos superhéroes de la cultura popular del siglo XX: The Golden Age (mil novecientos treinta y seis-mil novecientos cincuenta y seis), The Silver Age (mil novecientos cincuenta y seis-mil novecientos setenta), The Bronze Age (mil novecientos setenta-mil novecientos ochenta y cuatro), The Dark Age (mil novecientos ochenta y cuatro-mil novecientos noventa y ocho) y The Modern Age (mil novecientos noventa y ocho-dos mil trece). El día de hoy os vamos a hablar del primero de esos volúmenes: el de la Edad de Oro de los superhéroes.

'The Golden Age' arranca justo cuando lo hace la S. Guerra Mundial, en un instante durísimo para la sociedad de Norteamérica. El crack del veintinueve quedaba cerca y la situación en Europa era muy tensa. Las desigualdades sociales y las injusticias requerían de una respuesta, ni que fuera desde el plano de la ficción. Es el instante del nacimiento del que tal vez sea el más representativo de todos y cada uno de los superhéroes creados, Superman. El héroe creado por Siegel y Shuster respondía a los resortes principales de la mitología, mas asimismo era una respuesta social a todos esos inconvenientes que acuciaban a la sociedad estadounidense.

Superman fue el primero, mas no el único, y de ahí la pléyade de superhéroes se extendió hasta el infinito y más allá: Batman, Wonder Woman, Linterna Verde, y tantos otros. Mas ya antes de ello, el libro hace un pormenorizado recorrido por las primeras cabeceras de la editorial (Detective Comics, Action Comics, Fun Comics, Star Comics, Adventure Comics...), contenedores de historietas sueltas agrupadas por géneros. Sería en estas páginas donde nacerían los superhéroes cuya popularidad les daría más adelante su publicación.

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